Un guerrero sabe que lo que le da
sentido a la vida es el reto de la muerte, y la muerte es un asunto
personal. Es un desafío para cada uno de nosotros, que sólo los
guerreros de corazón aceptan. Desde esta óptica, las inquietudes de la
gente son sólo egomanía.
Yo no puedo guiarte, pero puedo
ponerte frente a un abismo que pondrá a prueba todas tus facultades. De
tí dependerá si te lanzas al vuelo o corres a esconderte en la
seguridad de tus rutinas.
Somos
como pájaros atrofiados. Nacimos con todo lo necesario para volar y,
sin embargo, estamos permanentemente obligados a dar vueltas en torno a
nuestro yo. El grillete que nos doblega es la importancia personal.
El camino para convertir a un ser humano común y corriente
en un guerrero es muy árduo. Siempre se interpone nuestra sensación de
estar en el centro de todo, de ser necesarios y tener la última palabra.
Nos creemos importantes. Y cuando uno es importante, cualquier intento
de cambio se torna un proceso lento, complicado y doloroso.
De
todos los regalos que hemos recibido, la importancia personal es el más
cruel. Convierte a una criatura mágica y llena de vida en un pobre
diablo pedante y sin gracia.
Por causa de
nuestra importancia, estamos repletos hasta los bordes de rencores,
envidias y frustraciones, nos dejamos guiar por los sentimientos de
complacencia y huimos de la tarea de conocernos a nosotros mismos con
pretextos como 'me da flojera' o '¡que cansado!'. Detrás de todo eso
hay un desasosiego que intentamos acallar con un diálogo interno cada
vez más denso y menos natural.
Eso es lo que le ha pasado a muchos aprendices: comenzaron bien, ahorrando su energía y desarrollando sus potencialidades. Pero no se dieron cuenta de que, a medida que accedían al poder, también nutrían en su interior un parásito. Si vamos a ceder a las presiones del ego, es preferible que lo hagamos como hombres comunes y corrientes, porque un brujo que se considera importante es lo más triste que hay.
Carlos Castaneda.
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